miércoles, 21 de junio de 2017

Recuerdos narrados por Luis Ojeda, profesor jubilado de la Escuela de Náutica.

1959 MI PRIMER EMBARQUE


En Febrero de 1959, recién cumplidos los veinte años, obtuve mi flamante Certificado de ALUMNO DE NÁUTICA. Todos sabemos la alegría y la sensación de libertad, que al menos en aquellos años se experimentaba. Éramos conscientes de que nuestra carrera se diferenciaba mucho de casi todas las otras, en las que al terminar apenas pasaba nada. A nosotros se nos abría el mundo, y para mi desde luego fue así.
Había llegado a Cádiz cuatro años antes procedente de Madrid, en donde había vivido desde los dos años. Y tengo que confesar para que se comprenda todo, aunque con cierto rubor, que a pesar de haber nacido en Algeciras, y a pesar de ir a Cádiz a estudiar para Capitán de la Marina Mercante…..fue a los dieciséis años de edad la primera vez que vi el mar, fue desde la Alameda de Apodaca, cerca de la residencia de estudiantes donde vivía. Naturalmente no dije a nadie ni pio. Miré al mar como aquel que era lo único que había visto en su vida, casi con desprecio.
Al matricularme de primer curso, el impreso de matrícula  tenía estampado de manera muy visible un sello que decía algo muy parecido a esto: “ Se advierte a los alumnos y a sus padres o tutores de la extrema dificultad  de encontrar buques para efectuar las practicas etc...” , naturalmente no se hacía ni caso. Si querías hacer la carrera no estaban las cosas para remilgos.
El tiempo empleado en la carrera fue ameno, aunque con estrecheces. Estudiábamos el grupillo de amigos con bastante entusiasmo (mucho más que ahora), comentábamos los temas y los exámenes (ahora más bien poco), sobre todo las asignaturas náuticas, incluso nos preguntábamos  retándonos a contestar, lo que nos inducia al estudio. Hoy seriamos considerados unos bichos raros  aunque es cierto que no teníamos ni móviles ni ordenadores, ni un duro. Visitábamos algunos barcos (Virginia de Churuca, Satrústegui, Begoña, Monserrat etc.) que nos parecían míticos e inalcanzables.

Pero lo cierto es que yo al menos (y creo que ninguno), había navegado ni navegué ni un centímetro antes de empezar las prácticas. No tenía ni idea de si me marearía o no. Y lo cierto es que no me preocupaba, o por lo menos no recuerdo que me inquietara lo más mínimo, igualito que ahora.
Afortunadamente en el 59 y años posteriores no costaba excesivo trabajo encontrar buques.
Tenía un amigo que trabajaba en las oficinas de la Empresa Nacional Elcano en Madrid que me había prometido buscarme embarque y se portó fenomenal, pues a primeros de abril recibí un telegrama de la Empresa comunicándome que debía presentarme en Barcelona para embarcar de Alumno de Náutica en el “Estrella Polar”.
Desde la obtención del Certificado hasta ese momento mi estado de nervios había ido en aumento, pero en aquel momento me entró un mariposeo en el estómago que no volví a sentir hasta que mi novia, que actualmente es mi mujer me dio el sí, aunque ni ustedes ni ella se lo crean.
Preparé mi exiguo equipaje y me dispuse al viaje en tren a Barcelona vía Madrid. El recorrido a Madrid lo había hecho los veranos para ver a mi familia, y realmente era lo único que había viajado en mi vida, que para la época no era raro, e incluso no era poco. Así que pensar lo que me esperaba me hacía sentirme importante mientras miraba las caras cansadas de mis compañeros de viaje al llegar a Madrid. Casi hasta tenía cierta piedad de ellos. Ahora pienso que, o eran naturales mis sentimientos, o mis veinte años de edad de entonces no daban para más.
La cuestión es que, después de toda la noche en el tren, nada más llegar, a las diez de la mañana del seis de abril me dirigí a la C/ Miguel Ángel, nº 9 que era la sede social de la ENE (Empresa Nacional Elcano). Mi amigo me llevó a la sección de Personal de Flota, en donde un señor mayor, elegantemente vestido que parecía ser el Jefe, me dio la dirección de los consignatarios en Barcelona y me dijo que en verano me mandarían a petroleros – “para ganar más y para hacer los días de mar antes” – me aclaró –  yo asentí y le di las gracias. Me deseó suerte y al despedirme me dijo sonriendo –“ ah!! Y ahora vais a Benidorm a rodar una película”. No supe que decir y le sonreí con un gesto de despedida desde la puerta.
Por la noche tomé el tren a Barcelona llegando por la mañana del día 7. Era mi primera ciudad que visitaba después de Madrid y Cádiz. Pero como en Madrid había vivido en el centro y asistido al colegio e institutos en el centro, es decir, me lo había pateado bien…….Barcelona no me impresionó lo más mínimo. Fui al consignatario y me dijo que el barco llegaba el día 11, me envió a un Hostal a pensión completa (que por cierto estaba muy bien), y lo más sorprendente y agradable para mí: – “Preséntate en esta dirección al sastre para que te vaya haciendo un uniforme de verano, y otro de invierno. En el barco te darán los equipos de faena” –, me dijo con toda naturalidad, sin ni siquiera mirarme a los ojos.
También me explicó, Barcelona era la base, que atracaban siempre “casi en plena ciudad”, cerca de Las Ramblas y de la Santa María.
Llegado el día 11 de abril me dirigí al sitio indicado y allí estaba mi primer embarque con sus 30 metros de eslora y sus 8 metros de manga.
Me armé de valor y me aproximé a la escala con paso decidido. Recuerdo que cuando estuve cerca, y al ver a un pequeño grupo en cubierta, empecé a hacer aspavientos con la mano libre de la pequeña maleta que portaba con el fin de no tener que dar explicaciones antes de subir a bordo. En efecto, una voz me preguntó – ¿Eres el nuevo? – Como respuesta me presenté en cubierta en un santiamén.
Enseguida estuve rodeado por seis alumnos y se sucedieron las preguntas y respuestas de rigor. Me llevaron a una camareta situada en proa, cerca del trinquete y que era nuestro camarote-comedor. Se entraba por una única puerta situada a babor. A ambas bandas cuatro literas y la mesa en el centro con bancos fijos, servían para alojar a ocho alumnos de náutica. En aquel momento estábamos siete, me dijeron que el que faltaba era de Barcelona y se había ido a su casa nada más atracar.
Me pareció extraordinario lo fácil que había sido el recibimiento y la conexión con mis compañeros, pues la noche anterior apenas había pegado ojo pensando en el panorama. Me empecé a sentir relajado y contento mientras me explicaban y ponían al día.
Me llamó la atención todos los acentos del mapa español que escuchaba, pues cada uno era de una región, cosa que después, pasados los meses y los años, me parecería lo más natural.
Además de los ocho alumnos, en mi estancia a bordo hubo seis tripulantes  más, catorce en total: – Capitán, Piloto y Mecánico que tenían camarote a popa, y debajo de nuestra camareta y algo más a popa un una especie de recinto para un marinero, el contramaestre y un cocinero. Cada cual de un sitio, el contramaestre por cierto era de Canarias, el Capitán de Cádiz, y el Piloto de Cartagena, una excelente persona.
De los alumnos me acuerdo de todos, aunque no del nombre si su procedencia, y los cito por si alguno lo leyera y se reconociera: Pazos, Marimón, Cousillas, Norman, Cabra (Córdoba), Jose Luis, y Totana (Murcia).
Ese mismo día, 11 de abril fui con Jose Luis a la Comandancia de Marina  para enrolarme por primera vez en un buque, y también este acto fue para
mí  bastante singular, porque el funcionario que llevaba el registro era, y no existe nadie que lo pueda rebatir, la persona más amable y servicial con los alumnos que haya podido existir en ese puesto. Todos los que pasaron por la Comandancia en un buen puñado de años de la época lo pueden atestiguar. Me pesa no recordar su nombre, aunque, y es lo fundamental, si su persona.
Al día siguiente nueva causa singular para el recuerdo. Resulta que el cartero, como el barco tenía allí su sede, en cuanto se enteraba que llegaba y cuando había cartas (que casi siempre las había), las llevaba inmediatamente, y desde el muelle gritaba:
“¡¡¡Estrella Polar!!!  ¡¡¡Futuros Almirantes de la Marina Mercante!!! Carta de la novia!!!”
El 15 de abril zarpamos rumbo Benidorm para rodar la película “Molokay”, que como sabemos es la isla donde llevaban a los leprosos con el Padre Damián como protagonista, cosa también sin duda singular, y no me mareé lo más mínimo y nunca en mi vida de marino me sucedió.


Estos son dos fotogramas de la película en donde se me ve a mí, vestido de soldado a la derecha de la imagen, al fondo los “leprosos” que son el resto de alumnos que van a ser abandonados cerca de la isla, que no es otra que el famoso islote frente a Benidorm.

Me resta añadir que pasamos muy buenos ratos con el rodaje (estuvimos 15 días), y que salimos varias veces a navegar para hacer escenas interesantes de la película. Y que después hicimos varios viajes, a Cádiz, Motril, Génova, y principalmente viajes entre Baleares y Barcelona. Todo excelente. El 24 de Julio, el barco se vendió y nos transbordaron a todos a petroleros y terminé las prácticas de 400 días de mar en Enero de 1961.
Pero como el objeto de este relato es procurar trasmitir, principalmente a gente de mar, las inquietudes de un muchacho de 20 años de la época que se trata, ante el cambio de vida que le supone su primer embarque, no me extiendo más.

Santa Cruz de Tenerife,   28 de Julio de 2015. Capitán Luis Ojeda.

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