Una flota inglesa formada por cinco naves comandada por el Almirante Clowdisley se hundió al chocar con las islas Sorlingas (cerca de Inglaterra) en el año 1707 por un erróneo cálculo de su posición. Concretamente de la longitud. Dos mil hombres perecieron. Siglo XVIII.
Y es que calcular la longitud en medio del océano era un problema para los ingleses todavía en el siglo XVIII. Más bien un problemón. Vale que ahora eso no tiene ninguna dificultad pero hace trescientos años, que un marino calculara correctamente latitudes y longitudes era la diferencia entre llegar a puerto o no llegar, entre saber dónde estás o encontrarte con sorpresas desagradables y en muchos, muchos casos, entre la vida y la muerte.
Lo de la latitud estaba más que controlado. Ya hacía siglos que se utilizaban los astros para su cálculo. Pero, claro, para saber en un mapa dónde estabas y donde querías ir necesitabas la otra referencia: La longitud. Y para hallar ese dato las estaban pasando canutas los ingleses desde hacía siglos. Literalmente.
Y en ello estaban. A raíz del desagradable caso del Almirante Clowdisley y su flota fue cuando en sacaron el famoso Decreto de la Longitud de 1714, en el cual el parlamento prometió un premio de £20.000 (de las de la época) para una solución al problema de cómo calcular la longitud de una manera precisa.
Dicho esto. La pregunta que nos asalta es… ¿Podían los ingleses dominar los Océanos y ser la flota mas poderosa de todos los mares sin saber calcular con precisión un dato esencial de la navegación como es la longitud? Sólo hay una respuesta posible: no. Y avanzaba ya el siglo XVII…
Y sin embargo, lo que son las cosas, el cálculo con exactitud de la longitud no era un problema para los españoles desde hacía dos siglos. Dos siglos.
La principal causa para saber hacerlo es que no hubo más coj… es decir, no había otra opción. Al descubrir el nuevo continente e inaugurar los viajes transoceánicos lo de calcular la longitud se hacía fundamental. Un problema que nadie había tenido antes porque nadie había tenido los arrestos para enfrentarse al océano, con lo que la navegación se realizaba básicamente bordeando costas (más o menos lejos).
Pero claro, España (re)descubrió América y puso todo su empeño y lo mejor de su gente en esa tarea. Y luego (re)descubrió el Pacífico y lo recorrió de arriba abajo tanto de ida como de vuelta (el ‘tornaviaje’ entre Manila y Acapulco. Que solo por eso Urdaneta debería tener una estatua en cada capital de medio mundo por acercar de una manera tan crucial los continentes asiático y americano).
La demostración palpable de que éramos capaces de calcularla era que nuestros barcos llegaban a puerto incluso después de tempestades que a la fuerza te sacaban del rumbo prefijado o más aún que se “mapeara” el Pacífico (con una extensión de una tercera parte del globo terráqueo o cuatro veces el Continente Americano, que se dice pronto…). Enfrentarse a eso (además de con un par) no se puede hacer con garantías si no sabes lo que haces, donde estás y donde vas con extrema exactitud.
Otra prueba más palpable es la edición en el siglo XVI del “Libro de las longitudines y manera que hasta agora se ha tenido en el arte de navegar, con sus demostraciones y ejemplos dirigido al muy alto y poderoso señor Don Phelippe II de este nombre Rey de España” por Alonso de Santa Cruz, Cosmógrafo Mayor tanto de Carlos I como de Felipe II.
La obra de Santa Cruz iba destinada a Felipe II que prohibió de todas, todas la publicación y distribución de la misma. Razón de Estado, dijo (y con más razón que un santo). Para qué dar pistas a los ingleses, franceses y demás que andaban más perdidos que un cocodrilo en un garaje con la navegación oceánica… así que la obra se puso a buen recaudo saliendo a luz en 1921 (de lo bien que la escondieron…) aunque lógicamente sí se enseñaba en la Casa de Contratación.
Alonso de Santa Cruz (un auténtico crack de los que ahora sería Premio Princesa de Asturias o Premio Nobel) fue el primero que dijo que el transporte de la hora dentro del barco podía servir para averiguar la longitud. Eso estaba destinado a revolucionar y a sentar las bases de la navegación futura pero sería más adelante porque el primer reloj preciso para tenerlo en un barco llegaría más de doscientos años después.
Santa Cruz trabajaba como cosmógrafo en la Casa de Contratación de Sevilla. Para situarnos, la cosmografía en el siglo XVI era la ciencia que describía las características del universo en forma de mapas, combinando elementos de la geografía y la astronomía. En ella se englobaba todas las materias relacionadas con la navegación oceánica donde era imprescindible una excelente preparación matemática y también de astronomía. El tal Alonso de Santa Cruz también inventaba aparatos para realizar mediciones y facilitar los cálculos de las navegaciones.
No es la única obra de ese estilo, hay más. Y todas dan muestra de la pericia en la navegación que tenían y acumularon los marinos españoles durante más de dos siglos. Pioneros en conectar el mundo a través del peligroso y desconocido mar. La navegación actual es heredera, sin lugar a dudas, de la que entonces hicieron nacer aquellos españoles indómitos y de voluntad férrea que dominaron por primera vez con pericia, sacrificio y ciencia los Océanos.
PD: Los ingleses fueron tomando el testigo de los españoles como referentes en navegación a partir de mediados del siglo XVII. Más de doscientos años después de iniciada la navegación oceánica. Pero no debemos olvidar que lo realmente meritorio, esto es conectar el mundo por mar, ya lo habíamos hecho al completo los españoles. Una herencia, conseguida con muchísimos sacrificios y con lo mejor de nuestros científicos y marinos, puesta a disposición de toda la humanidad. No deberíamos dejar que caiga en el olvido algo que pertenece a los españoles de otra época y de los que deberíamos sentirnos orgullosos.
Tomado de : Historía marítima, cartografía, expediciones y descubrimientos.
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